1+1=1

Las luces anaranjadas de la sala se encendieron en cuanto su pie tocó el suelo de la habitación. Al igual que siempre, se reunirían en la misma sala de siempre. Avanzó lentamente hasta el sillón que él mismo había determinado como propio. No es que no pudiera sentarse en otro sitio, sólo que ese le parecía excepcionalmente bueno. Desde allí podía ver con tranquilidad la puerta que entraba en la habitación, las bibliotecas que contenían sus favoritos libros y la chimenea crepitando.

Con lentitud, se sentó en el rojo cojín y apoyó el torso en el respaldo del rojo sillón. Miraba fijo la puerta, él todavía no había llegado, y seguramente llegaría tarde como siempre. Mientras esperaba, comenzó a revisar la habitación. La temperatura era la adecuada, ni muy cálida ni muy fría, había bebida en caso de alguno de los dos sintiera sed y suficientes leños en la chimenea garantizaban que el fuego duraría varias horas.

-Mejor- dijo al reparar en esto último –Nunca se sabe cuánto durarán nuestras conversaciones-

La puerta hizo un ruido, comenzó a abrirse, y él entró en el recinto. Vestía de forma desarreglada pero prolija, como siempre. Nadie entendía como lo lograba, pero aun en el caos que eran sus ropas, siempre lograba verse formal al mismo tiempo.

-Bienvenido- saludó el primero, el que se encontraba en el sillón.

-Hola- saludó de forma vulgar el que había entrado.

A simple vista parecían hermanos, gemelos, eran como reflejos en un espejo. La misma altura, el mismo cabello, los mismos ojos, la misma contextura, el mismo peso, todo era igual. Sin embargo, eran diferentes. No estaban peinados de la misma forma, ciertamente no llevaban la misma ropa, incluso sus miradas eran diferentes a pesar de venir de los mismos ojos.

-Veo que tu forma de hablar sigue intacta- dijo el que se encontraba sentado en el rojo sillón.

-Te dije miles de veces que no va a cambiar, no importa cuánto insistas- respondió el recién llegado al tiempo que se dirigía lentamente al sillón que se encontraba enfrentado a su interlocutor. Dejó la campera que llevaba en el respaldo, y con parsimonia se sentó en el brazo del rojizo asiento.

-¿Podrías sentarte cómo es debido por favor?- pidió cordialmente aquel que había llegado a tiempo a la reunión.

-¿Quién dice que no estoy sentado cómo es debido?- espetó el segundo intentando imitar el cordial tono de voz que su interlocutor utilizaba.

-Lo digo yo- le contestó serio el otro hombre.

El recién llegado bufó y, resbalándose, cayó en el cuenco diseñado para contener todo el cuerpo de una persona, apoyó ambos brazos en los del asiento y cruzó sus piernas, todo sin dejar de mirar al hombre que tenía enfrente.

Podía ver las similitudes físicas, pero no podía dejar de ver las pequeñas cosas que los diferenciaban. Ambos tenían los mismo conocimientos sobre las mismas cosas, sabían tanto del mundo como el que tenían enfrente. Retenían en sus mentes las mismas fórmulas, los mismos datos, las mismas observaciones, los mismos hechos y evidencias, pero sus opiniones eran muy diferentes.

Tan diferentes y similares, como dos reflejos pueden ser.

“Éste será un largo diálogo…” pensó para sus adentros el primer hombre, observando con severidad al que tenía enfrente.

“Seguro que éste monólogo va a ser eterno…” pensó el segundo percibiendo como una leve y burlona sonrisa se dibujaba en su rostro.

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